Tras su encuentro con el policía, Kevin siguió caminando,
dirigiendo sus pasos hacia el lugar donde se encontraba la autora de sus días,
a la cual no buscaba importunar, el sólo iba en busca de comida. Al pasar por
el arroyo, nuestro joven amigo vio a un grupo de hombres reunidos, entre los
que alcanzó a distinguir a su tío Valo, un señor cuarentón que ya más bien le
andaba pegando a los cincuenta, y lo primero en lo que pensó fue sacarle la
vuelta. Desde que tuvo que cerrar su carnicería hace más de quince años, el
señor nunca pudo encontrar un trabajo estable y era común verlo alcoholizado,
quejándose de los maltratos de su mujer que era quien llevaba el sustento a la
casa gracias al trabajo en la maquila…de impotente no lo bajaba. En esas estaba
Kevin, casi logrando escaparse de ahí cuando de pronto sintió el toque de una
mano callosa sobre su hombro -¡Puta madre! ¿De dónde salió tío? Gritó Kevin, que
complementó diciendo en voz baja –Que buen pedo me sacó. Lo que se decía a sí
mismo por dentro era –Ni modo, a aguantar los lloriqueos de este ruco. -¿Qué
pasó mijo, pa’ dónde la llevas? – Aquí nomás pa’ la casa de la jefita. Mire
tío, no traigo feria pa’ prestarle ahora, y si lo llevo a comer a la casa ya ve
como se pone mi jefa. Kevin se curó en salud antes de que el viejo Valo le
pidiera que lo ayudara para comer, de lo otro no había saque, había que
aguantar todo el rosario de quejas. –No mijo, le dijo el tío, ahorita yo ando
ocupado, ando ayudando a esas muchachitas a organizar aquí a los vecinos. - ¡Ah
canijos! ¿Y de dónde sacó a esas gordibuenas? ¡No están nada mal! Apenas
terminaba de decir eso Kevin cuando su tío le tumbó la gorra de un bachón
-¡Cállese cabrón! Esa es la hija de Doña Sinforosa, mi vecina. La otra, la más
alta, es una que estudia con ella ahí en la Universidá y vive acá en la colonia
de enseguida. Las muchachas estudiaban trabajo social y estaban haciendo sus prácticas
profesionales en un proyecto con el que se pretendía agrupar a los vecinos en
comités para tratar de identificar y de
solucionar los problemas más graves de la colonia. El proyecto era muy simple,
se habían identificado a las personas del barrio con alguna habilidad y se les
había agrupado de acuerdo a las mismas para formar los comités especializados
que impulsaran programas para mejorar la comunidad, ¿Lo difícil? Enseñarle a la
gente a trabajar en equipo, a asumir sus responsabilidades, y a exigir a los
funcionarios del gobierno sin recordarles que el 10 de mayo se celebra a las
madrecitas. En la colonia había gente que sabía hacer de todo; maestros,
enfermeras, carpinteros, campesinos y hasta uno que otro técnico e ingeniero,
la mayoría de ellos desempleados víctimas de alguna de las recurrentes crisis
económicas de esas que vienen de fuera pero que ¡ah como nos pegan!.
Don Valo
le explicó a su sobrino como es que había llegado a dar ahí. –Mire mijo, un día
llegaron a tocarme una bola de chavalos a la casa, por cierto que como traían
la cara toda llena de tierra yo pensé que andaban pidiendo jalogüin, pero de
volada se identificaron como miembros del Instituto Nacional de Participación
Ciudadana. Yo pensé que era un nuevo partido político y les dije que no se
preocuparan, que nomás me dejaran la despensa y me dijeran por quién votar. Ellos
me explicaron que no iban a eso, que ese instituto es lo que antes era el IFE,
pero que ahora se dedicaban más a hacer…quien sabe que de la participación
ciudadana. Esta brigada había ido a la casa del carnicero retirado a
preguntarle que sabía hacer y si estaba dispuesto a compartirlo con su
comunidad. Don Valo, además de platicarles todas sus penas, amarguras y
frustraciones familiares, les contó que él había tenido una carnicería ahí en
el barrio, pero que desde que llegó el Guan Mart todo el negocio se vino abajo
y tuvo que cerrar. En los primeros meses en los que se encontraba ya sin
negocio, el ex empresario se acercó al Guan Mart pensando que con su
experiencia en la carnicería podría obtener un buen empleo ahí, la respuesta
fue algo que no podía aceptar; 700 pesos a la semana y un bono de 100 más si
aceptaba trabajar en el turno de 12 de la noche a 8 de la mañana. Pensó que tal
vez podría aceptar y juntar su dinerito en el Seguro para retirarse, pero
pronto se enteró de que no trabajaría para Guan Mart, sino para una empresa de
esas de trata de personas legalmente establecida, outsourcing, subcontratación o como se le quiera llamar, o sea que
no podría hacer antigüedad en su empleo y sólo Dios sabe si se podría pensionar
algún día. Los brigadistas lo escucharon atentos y escribieron en sus reportes
que Don Valo tenía conocimientos de cómo manejar un negocio familiar. Los funcionarios
del INAPAC, como se le hace llamar a ese instituto, decidieron invitar al Señor
a formar parte del Comité Comunitario de Desarrollo Económico y Empleo, un
comité formado por las personas que tenían o habían tenido algún negocio dentro
de la colonia, y por personas que trabajaban o habían trabajado en algún puesto
técnico o de nivel supervisor en la industria. El trabajo de dicho comité
consistiría en identificar las posibilidades y las necesidades que hay en la
colonia para abrir nuevos negocios, así como las necesidades de capacitación y
entrenamiento para la gente que así lo deseara. La experiencia de un antiguo comerciante como Don Valo era muy
importante para este comité porque se podía aprovechar para explicarles a los
funcionarios de los gobiernos todos los problemas por los que pasaba alguien
como él para operar su empresa. La mejor parte para Don Valo es que además
podía compartir su experiencia con los nuevos comerciantes, y como el INAPAC ya
no hacía tanta publicidad ni pagaba consejeros tan caros, contaba con
presupuesto para pagarle esa consultoría.
-Órale, pues hasta que hace algo de
provecho tío, dijo Kevin no sin recibir otro manotazo en la cabeza por parte de
su interlocutor. -¿Y a poco todos esos son parte del comité ese que dice tío?
¿Qué van a saber esos si están rechavos? – ¿Esos? No, esos chavos están
aprendiendo aquí con nosotros. Son chavos que no iban a la escuela por falta de
dinero o porque pensaban que eran muy mensos para eso. A algunos de los que
están aquí los entrenan en el uso de algunas máquinas y a otros en el manejo de
los negocios y así. A ellos no les paga el Instituto que me paga a mí, a ellos
les paga una parte el gobierno y otra parte los dueños de los talleres o
tiendas donde trabajan. La mayoría de ellos estudian pa’ técnicos, pero todos
van a la escuela, como son un resto pos nomás tienen que trabajar dos días a la
semana y a los dueños del negocio nunca le falta gente. Kevin se rascaba la
cabeza y pensaba que de todos modos tenía que haber huido de ahí, aunque su tío
ya no se quejaba, ahora desbordaba demasiado entusiasmo. El efecto era el
mismo, el viejo seguía hablando mucho y se hacía tarde, además ya había pasado
mucho tiempo platicando con el policía y las tripas ya rugían de hambre. –Bueno
tío, pos ahí la guachamos, está muy chido todo su rollo pero la neta ya traigo
jaria machín. –Que buena onda – pensó Kevin mientras se alejaba del lugar – Mi
tío ya se ve más alivianado, aunque esas medidas me parecen de corte muy
keynesiano y por lo tanto anacrónicas – se dijo a sí mismo, aunque
inmediatamente reflexionó - ¡Ah chingá! Yo ni sé ni que quiere decir keynesiano
ni anacrónico, ¿Por qué estoy pensando esas pendejadas?
Sus dentros seguían emitiendo sonidos cada vez más fuertes,
una resaca entre moderada y fuerte, y unas cuantas horas sin probar bocado
hacían ya estragos en Kevin. Todavía faltaban algunas cuadras para llegar a su
destino, pero la suerte estaba de su lado, al doblar la esquina encontró una
tienda de abarrotes de esas que ya tenía rato sin ver, era momento de pegarle a
unas Sabritas y un cocón.